ISLA MUJERES
Se ubica en el mar Caribe, muy cerca de la península de Yucatán, al sureste de México. La isla constituye parte de uno de los once municipios del Estado de Quintana Roo, el municipio de Isla Mujeres (que incluye parte de territorio continental) y se ubica a trece kilómetros de la ciudad de Cancún, el principal polo turístico de la región.
La isla fue descubierta por la expedición de Francisco Hernández de Córdoba en 1517. En tiempos prehispánicos la isla estaba consagrada a Ixchel, diosa maya de la Luna, el amor y la fertilidad, la cual recibía ofrendas con formas femeninas que los creyentes depositaban en sus playas. Al llegar los conquistadores españoles y observar las figuras, la bautizaron como Isla Mujeres.
Isla Mujeres se localiza cruzando la bahía. Sus aguas tibias y transparentes son el hogar perfecto para los delfines y tortugas, y nadar con ellos es una de las más atractivas actividades que pueden realizarse aquí. Para llegar a la isla, hay que tomar un ferri desde Puerto Juárez o un transbordador desde Punta Sam (autos); la travesía dura 15 minutos desde Puerto Juárez (Cancún) o 45 minutos desde Punta Sam.
En la punta sur de la isla hay vestigios de un templo maya. Los arqueólogos saben que Isla Mujeres fue un santuario dedicado a Ixchel, diosa maya de la fertilidad y que las mujeres mayas debían hacer un peregrinaje a la isla como parte de su paso de niña a mujer. Hoy, el peregrinaje a la isla lo llevan a cabo los amantes de los animales marinos y de la belleza de su naturaleza tropical. Isla Mujeres fue también refugio y hogar de famosos piratas y de tratantes de esclavos, como Fermín Mundaca y Marecheaga.
HOGAR DE UN PIRATA
Fermín Mundaca y Marecheaga, quien aparentemente radicó en la ínsula en el año de 1858, siendo relacionado en esos años de la Guerra de Castas con el tráfico de prisioneros mayas a Cuba.
De acuerdo con el Archivo Eclesiástico de la Provincia de Vizcaya, Mundaca nació en la Villa de Bermeo, de Santa María, de esa provincia española, el 11 de octubre de 1825. Su llegada a América no se ha establecido con exactitud, aunque debió ocurrir entre 1840 y 1845, cuando muchos españoles, particularmente de la citada provincia de Vizcaya, emigraron a consecuencia de la severa crisis económica que vivió esa región española. Luego de permanecer algunos años en Cuba, debió trasladarse a Isla Mujeres aprovechando los permisos de pesca especial y exclusiva que el gobierno yucateco extendió a cubano-españoles como Francisco Martí y Torrens en 1847.
Mundaca realizó su obra arquitectónica entre 1862 y 1876, según inscripciones en la propia hacienda, la cual dedicó a una mujer nativa: Martiniana Gómez Pantoja, más conocida como “La Trigueña”. Cuenta el testimonio oral que la isleña nunca le correspondió, y que Mundaca cansado de insistir enfermó de amor y murió.
CUEVA DEL TIBURÓN DORMIDO
ISLA MUJERES. Hace varias décadas existía el mito que los tiburones no dormían, pues si no se movían dejaría de pasar el agua por sus branquias y morirían asfixiados. Al menos eso se creía.
Fue un mexicano quien descubrió la verdad. Carlos Castillo García “Válvula”, un humilde pescador de langosta de la vieja escuela, que se sumergía sólo con el aire que tenía en sus pulmones, descubrió la Cueva de los Tiburones Dormidos en Isla Mujeres.
Se percató que los escualos entraban pero no salían y valientemente, inhaló aire para sumergirse. Alcanzó a divisar grandes piedras grises, sin embargo, cuando sus ojos empezaron a observar mejor se dio cuenta que eran ¡tiburones! Más de 20 animales marinos estaban ahí, plácidamente, durmiendo de manera literal. Entre ellos había enormes tintoreras , y sí, estaban durmiendo. Emocionado, le contó lo sucedido a su gran amigo, Ramón Bravo Prieto, el mejor camarógrafo submarino en la historia de México. Ambos fueron de nuevo a la cueva y ahí seguían, tiburones de distintas especies: gata, tintorera, tigre, mako, punta blanca y leopardo, algunos peligrosos.
Entro en contacto la doctora Eugene Clark de la Fundación Oceanográfica Scripps de La Joya en California, y fue así como por primera vez grabaron el espectáculo inédito.
Este descubrimiento, que conmocionó al mundo científico fue captado por el Comandante Jacques Y ves Cousteau, a la sazón comandante del buque oceanográfico Calypso, quién a través de su hijo Phillippe entró en contacto con Bravo.